martes, 29 de diciembre de 2009

TERCERO.

Deshice el camino de la sala de juegos y me dirijí al camarero.
-¿Y el Sr Mendel ? . Su mesa está vacía- . Pregunté
-Disculpe, no lo entiendo- Contestó con estrañeza retorciendo la cara y el trapo al mismo tiempo
-¿Jackob, Jackob Mendel, el anticuario de libros?
- Desconozco nombre y apellido, me perdonará- dijo el camarero contorsionando ya todo el cuerpo
-¿Y el Sr. Fisher, el propietario del café?- insistí
-¡Uh! murió, el Sr Fisher murió, el nuevo propietario es el Sr. Shubert,- exclamó con un suspiro que lo volvió al estado corporal inicial.- ¡Espere! Tal vez la Sra Sporchil, ella limpia los baños desde el Sr Fisher levantó este café. Y con un gesto rápido desapareció por el corredor que llevaba a los baños.
Dando pasitos hidrotópicos apareció con las manos rojas, húmedas, se las iba secando a medida que se acercaba hacia mí con gesto de desconfianza. Alzó la barbilla y hundió los ojitos esperando un rápido desenlace.
-¿Conoce usted al Sr. Mendel? Su mesa, su mesa... -y antes de que pudiera acabar de matizar lo que ya sabemos todos contestó con una voz trémula:
-¡Ahy, por Dios! El Sr Mendel, hace tanto que nadie pregunta por él. ¡Jackob, madre mía, por Dios¡ ¡Una injusticia! ¡Pobre! Exclamó echándose las manos a la cara y curvando el torso hacia atrás y hacia delante, como Jackob hacía, afectada.  Le pedí ,por favor, que me lo explicara todo.
Nos sentamos en la mesa fría que había pertenecido durante tanto tiempo al librero de Galitzia y narró dulce y dolida:
-¡Una injusticia, aquello fue una injusticia! Hacia el 1920 Mendel parecía no ser consciente de los cambios que su entorno estaba sufriendo. No se daba cuenta de que el café se sustituyó por un brebaje de higos imbebible, que los bollos y el almuerzo que le traían especialmente de la Fonda vecina ya no era una rutina diaria. Vivía ensimismado entre sus libros. Una mañana del mes de Marzo entraron dos gendarmes y se lo llevaron. Sí, así tal cual, con lo que llevaba puesto. No dábamos crédito, por que le aseguro que aquel señor era inocente. Muchos años conviví con él entre estas cuatro paredes y pongo a mano en el fuego que Jackob estaba libre de culpa, la única pena que podrían haberle imputado era el de vivir en la luna en aquellos tiempos en los que todos los sentidos no eran suficientes.-
Y así era, mucha razón llevaba la Sra. Sporchil. Fue con el tiempo que me enteré del porqué de la detención de Mendel:  Ser un huésped distraído de los asuntos que correspondían a la locura del país.

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